Por Luis María Lafosse*
Los años vividos desde 2002 a 2007 son los únicos en los que cada día al levantarme sentía que estaba en mejor situación que el día anterior. Por primera vez en mi vida, más allá de algunas disidencias, veía que nuestro país y yo estábamos avanzando. La democracia nos había mostrado un camino de vida en paz y era el momento en que empezábamos a transitar, con muchas dificultades, el camino de la recuperación, luego del crecimiento y ahora venía el desarrollo.
Mis dudas respecto a este rumbo se centraban en la falta de apego a las normas, a la constitución y a sus instituciones por parte del gobierno, que son causas para el desarrollo, más que consecuencias del mismo.
A los países corruptos les cuesta desarrollarse mucho más que a los honestos. Y Argentina ocupa el puesto 105º en niveles de corrupción (corrupción y latrocinio público y privado. Porque es bueno tomar consciencia de que también hay corruptos privados).
La debacle de 2001 no la capitalizamos en aprendizaje. Dijimos en esa época que era necesario realizar la reforma política, se creó la Mesa del Diálogo Argentino, numerosas organizaciones comenzaron a organizar eventos para tomar conciencia sobre la importancia de los valores, honestidad, equidad, ética, responsabilidad, se crearon foros privados para el desarrollo, filósofos y sociólogos se convirtieron en columnistas de los principales medios, etc., etc., etc.
Sin embargo, salvo la modificación de la composición de la Corte Suprema, todo siguió igual. Los que se tenían que ir se quedaron, se reciclaron, se reinventaron (como está de moda decir ahora). Y hasta algunos de ellos son hoy “ejemplos” del camino de la transparencia. Todo volvió a la “normalidad”.
Durante los dos meses pasados, siento que el gobierno actual, nunca entendió en qué consiste el conflicto, primero con un sector de la producción, luego con las ciudades del interior y ahora con buena parte de la sociedad argentina.
Los 25 años vividos en democracia han sido en su gran mayoría gobernados por diferentes interpretaciones de un mismo estilo de conducción y gobierno (diecisiete años y medio). Ninguna de las dos experiencias de alternancia a ese modelo y estilo de conducción pudieron terminar su mandatos constitucionales. Fueron interrumpidos y reemplazados. Algunos de los argumentos para tales reemplazos fueron la ineficiencia, la falta de gobernabilidad, inoperancia, etc. Y es importante decir que esto fue convalidado por la ciudadanía, ya sea por el voto o la opinión pública.
A quienes son intérpretes o defensores del modelo reinante, muchas veces se los escucha decir: “somos los únicos que podemos gobernar este país”, “cuando otros tuvieron la oportunidad se tuvieron que ir antes”, y toda otra serie de simplificaciones y frases hechas.
Si hay algo positivo en este conflicto, es que está empezando a descubrirse que hay cosas que con este estilo de gobierno, no se pueden solucionar. Está en crisis la gobernabilidad.
Y lo segundo positivo es que nadie quiere, al menos no se ha manifestado seriamente sobre el tema, que el gobierno se vaya. Más bien se está pidiendo que este gobierno gobierne y resuelva el conflicto.
Por alguna razón que se desconoce, este gobierno, no sabe, no quiere o no puede resolver el conflicto. Por las reacciones de nuestros gobernantes pareciera que tienen temor de que les hagan lo mismo que ellos les han hecho a otros. Que le den de su propia medicina.
Pero eso no importa, importan los resultados. Y el resultado que deseamos en una puja democrática es un ACUERDO basado en una NEGOCIACIÓN de cara a la sociedad.
Tengo la certeza que el motivo por el cual el conflicto se agrava es porque las metodologías utilizadas para el diálogo, las estrategias políticas, las técnicas de resolución de conflicto son obsoletas, antiguas, propias de un modelo que hasta hoy fue útil para gobernar, pero que la madurez de nuestra ciudadanía después de 25 años de democracia, no acepta.
Cuando un país se recupera y empieza a resolver sus necesidades más básicas (alimentación, vestimenta, etc.), automáticamente su nivel de calidad de demanda aumenta. Hoy la ciudadanía quiere calidad institucional, honestidad, federalismo, equidad, desarrollo (y no sólo crecimiento), paz y armonía (originada en acuerdos y no en silencios logrados con prebendas). Y el conflicto que enfrentamos aparenta ser económico, pero no lo es. Si lo analizamos en profundidad es político. Pero no político partidario como se lo quiere hacer pasar. Es el modelo político lo que estamos discutiendo.
Hoy hace falta un nuevo modelo. Que no es otra cosa que el modelo que, quien hoy es Presidenta, nos propuso en la campaña proselitista: calidad institucional, justicia, desarrollo y equidad. Yo escuché algunos de sus discursos y, aunque no la voté, coincidía con su diagnóstico.
Nuestro dilema hoy es: si volvemos a nuestras demandas básicas, o sea sostenemos nuestro modelo de subdesarrollo para que sobreviva el estilo de gobierno antiguo, o damos un salto de calidad y construimos un nuevo modelo que sea útil para la nueva etapa que necesitamos encarar. La era del desarrollo nacional.
Pero es necesario que nuestros gobernantes (ejecutivos, legislativos y judiciales) asuman (y asumamos) esa responsabilidad y pongan (y pongamos) a andar esta nueva rueda con la inteligencia de saber que hoy enfrente hay ciudadanos que tenemos (tienen) mucho que aprender, pero que no somos los mismos de hace 25 años. Somos pacíficos y tenemos cada vez más desarrollada una sensibilidad especial para detectar cuando nos quieren engañar o atropellar.
Hay un sólo instrumento, una sola tecnología necesaria y disponible: LA CONSTITUCIÓN NACIONAL. En estos días me he tomado el trabajo de releerla. Y al leerla me doy cuenta de que este conflicto ni siquiera debió haber surgido de habernos apegado a ella. Le propongo que hagan el ejercicio. Allí está todo escrito.
Propongámonos como en su Preámbulo “...constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino...”.
El actual gobierno tiene tres años y medio para hacerlo. Y sino, tanto el año que viene como dentro de tres años y medio hay elecciones para elegir alternativas. Tenemos que empezar a mirar desde hoy a quienes vamos a elegir como autoridades mañana. Ver que están haciendo, que piensan, cómo trabajan, etc., etc.
Y si la ciudadanía eligiera votar a otro que no sea el estilo que gobierna hoy, el perdedor también será responsable de que el nuevo gobierno termine su mandato constitucional. Aun cometiendo errores. Como sucede ahora.