A 60 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Nagasaki
Cuando durante la mañana de hoy nuestros relojes indiquen las 11:02, se cumplirán 60 años del lanzamiento de la 2º bomba atómica sobre el Japón, en la ciudad de Nagasaki. En realidad, el destino de esa segunda bomba no era esa ciudad. El blanco elegido era Kokura (hoy Kitakyushu) ubicada unos doscientos kilómetros más al norte. El cielo nublado impidió hacer un lanzamiento preciso sobre ésta, lo que derivó hacia el otro blanco elegido, Nagasaki.
Ubicada sobre la bahía del mismo nombre, Nagasaki era un puerto joven del Japón con industria astillera. Con 384 años es por mucho superada por otras ciudades milenarias. Sus origenes se remiten a la llegada evangelizadora de conquistadores portugueses en 1571, y durante el período 1641-1859 de ostracismo, fue el único puerto abierto al extranjero a través del cual Japón se vinculó con China y Holanda.
Estas relaciones hicieron que Nagasaki tuviera numerosas construcciones de estilo occidental mezcladas con las de estilo propio, y a través de la transferencia de los holandeses vastos cultivos de tulipanes. A los portugueses le corresponde la influencia para el ingreso del cristianismo a través de esa ciudad, en la que muchos japoneses optaron por esa religión, y cuya historia amerita una nota aparte.
La ciudad es alargada, esta encajonada en un valle, rodeada de montañas en tres de sus lados y el cuarto que da a la bahía. El bombardero B-29 “Bockscar” lanzó la bomba “Fatman” (hombre gordo) y la explosión de dinamita que contenía en su interior dio lugar a la fisión nuclear de plutonio.
Explotó a unos 500 metros de altura y el efecto de las montañas que rodean la ciudad concentró mucho más su poder. Al instante la onda expansiva y el fuego devastaron la ciudad en un radio de 2000 metros. Calcinó lo que se interponía y los efectos de la radiación llegaron aún más lejos. En 1945, habitaban allí 240.000 personas. Murieron 73.884 y fueron heridos otros 74.909.
En comparación y para darnos cuenta del alcance podemos decir que si una bomba igual hubiese caído sobre nuestra plaza San Martín, hubiesen desaparecido todo lo existente desde Av. Mujica hasta el Balneario Municipal, y desde la Facultad de Agronomía hasta Ruta 3. Casi la totalidad de nuestra ciudad. En cantidad, hubiesen muerto todos nuestros habitantes, incluidos Cacharí, Chillar, 16 de Julio y más aún, y otra suma igual hubiesen sido heridos.
En las pocas paredes que se sostuvieron en pie quedaron fijas las sombras de personas que al instante de la explosión fueron proyectadas. En el Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki aún hay restos de esas paredes y entre la gran cantidad de objetos e historias, hay un viejo reloj destrozado con sus agujas marcando las 11:02 y seis botellas de vino derretidas y entrelazadas por efecto del calor.
Viviendo en ese país en el año 1996 tuve la posibilidad de compartir seis meses con Stanislav Shklyaev (Stas) mientras estudiábamos el idioma. Stas es ruso, médico especializado en Biología Molecular, y había llegado allí para estudiar en la Universidad de Nagasaki las secuelas de la bomba que 60 años después perduran en muchos habitantes y sus descendientes. Su país lo necesitaba para remediar otras secuelas que también perduran del accidente nuclear de Chernobyl de los años 80.
Nota de opinión publicada en el diario El Tiempo de Azul por Luis María Lafosse el 8 de agosto de 2005.
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