La jardinería japonesa es un arte que supera lo decorativo.
La ausencia de organización geométrica es la principal característica de los jardines japoneses que más nos atrae, en tanto representa la mayor diferencia con la disposición simétrica y ortogonal de los de occidente.
Su origen data de antaño. En las sociedades primitivas recolectoras de alimentos, el hombre casi no modificaba su entorno ya que sólo recurría a la naturaleza para proveerse de los elementos necesarios para la subsistencia.
Con el advenimiento del cultivo del arroz, y con un suelo tan irregular, fue necesario “domar” la naturaleza para adaptarla a los requerimientos de cultivos lo que contribuyó con la modificación del ambiente y escenario.
La leve modificación del ambiente de la sociedad primitiva (tei) y la geografía resultante de la sociedad agrícola (en), conforman la palabra teien que significa jardín.
Esta explicación no es casual. A lo largo de su desarrollo los jardines equilibran estos dos principios: lo salvaje de la naturaleza y su control por parte del ser humano. Y éste fue el punto de partida para el refinamiento del jardín japonés que se desarrolló a partir de los años 600.
No sólo árboles, arbustos y flores componen los jardines japoneses. El agua, las piedras y los peces son, junto al reino vegetal, integrantes esenciales.
En la implantación y diseño del jardín tiene particular significado la geomancia, que es básicamente una teoría acerca de la estructura universal basada en principios opuestos y complementarios compuestos por fuerzas activas (yin) y fuerzas pasivas (yang) y su influencia sobre los cinco elementos básicos: madera, fuego, tierra, metal y agua.
En la elección de plantas se tiene especial cuidado en considerar cada una de las estaciones del año por su floración y colores. Así un mismo jardín tiene al menos cuatro escenarios diferentes. Por ejemplo: un jardín de distintos verdes en verano, amarillos, rojos y ocres en otoño, ausencia de follaje y flores en invierno combinados con la nieve y florecidos en primavera. A su vez los distintos períodos de floración son considerados para que durante la mayor parte del año se aprecien flores. De esta manera se considera que los jardines tienen vida propia y en la evolución de las floraciones se simboliza el paso del tiempo.
Los jardines se clasifican en general en tres grupos: naturales, de té y religiosos. Los naturales tienen como característica la imitación de la naturaleza en miniatura. En él los elementos son dispuestos representando en un pequeño espacio la naturaleza toda.
Los jardines de té son aquellos que incluyen una sala de té en la que se realiza la ceremonia. Para llegar a la sala se debe ingresar por el jardín atravesando un “pasaje espiritual”. En estos jardines existe un artefacto que consiste en una piedra grande ahuecada con agua que está ubicada en el ingreso a la sala y en donde los participantes se lavan las manos como símbolo de purificación. El bautismo cristiano introducido por misioneros portugueses que llevaron el catolicismo en Japón, es considerado como uno de los posibles orígenes de este acto.
Finalmente los jardines religiosos, construidos como una réplica del paraíso, tienen un rol destacado en la meditación. Son contemplados desde una platea de madera y como elemento distintivo tienen un estanque con una isla interior a la que se llega después de cruzar un puente. El budismo zen influyó más tarde en la configuración de estos jardines a partir del incremento de abstracción simbólica de los elementos que lo componen. Las piedras con distintos significados y la arena gris representando el agua son primordiales.
Aunque tiene el acceso restringido, nuestro Monasterio Trapense de Pablo Acosta cuenta con un Jardín Zen en su interior, construido por uno de los monjes que visitó oportunamente Japón. Los monjes lo mantienen con asiduidad y es utilizado para meditar.
Nota de opinión de Luis María Lafosse publicada por el diario El Tiempo de Azul el día lunes 16 de enero de 2006.
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